Descendió rápidamente desde los cielos, las rotaciones en su cuerpo y los tropezones contra el viento lo abrazan despidiéndolo de su antigua morada.
Mayra Labastida
Las alas van perdiendo su estructura, son sólo trapos que caen descompuestos y sin forma.
Ya no es suave el viento, la velocidad lo hace violento y desapacible, la guía perfecta que va explicándole cómo será el severo golpe.
Intenta retomar el orden para un aterrizaje menos forzoso, ya sentía el dolor agudo del impacto y lo sufría antes de tocar el piso, vuelo descontrolado que rompía las pequeñas ramificaciones entre los alargados tendones y su espalda.
Lo habían echado del cielo, expulsado del paraíso.
Aquel ángel caído se estremecía en los últimos instantes antes de impactarse en las secas tierras infértiles y llanas, como un crudo y viscoso escupitajo de Dios.
Me avergüenzo de ti, me duele el corazón de saber cuánto te amé y sin medida te regalé el poder de hacer tu voluntad.
Pagaste mal a la dedicación mía por tu creación, así despótico y fanfarrón, derrochaste ingratitud y alardeos sobre mi poder y el tuyo frente a mí.
¿Quién pretendes que sea? Aquel que como creador se toca la mano al corazón y perdona sin considerar la falta.
¿Quién creerá después en mí?
Que la serpiente sea tu forma y tu viaje sea al inframundo, arrastra el cuerpo que ahora te pondrá como debes estar: a mis pies.
El impacto chirriante lo desconectó por unos segundos de la realidad que le esperaba, en el golpe casi mortal sintió que los huesos se le quebraban.
En su corazón ya indiferente sólo quedaban las secas huellas del amor que había sentido por quien le dió su existencia.
Si Dios en su contra, ¿quién con él?
Sólo en el mundo hueco de la existencia humana, el triste y vengativo villano comenzó a endurecer su corazón.
Una roca comenzó a formarse al interior de su cuerpo, lapidando emociones y sentimientos, cercándole cualquier chispa de bondad, gratitud, esperanza y afabilidad.
Tirado en la alfombra de lodazales, se revolcó para levantarse sucio, mal herido y entonces se puso de pie.
Del fango emergió su fuerza cartastrófica, sucio por barrizales, levantó el rostro elegante y engreído como sólo él podía, acompañado por su ego que le daba el poder de hacer pedazos a cualquiera.
Caminó sin ningún reproche, ya le habían otorgado el poder del albedrío.
Su maldad se replicaba en cada paso que daba, consciente de una venganza que le dejaría a todo aquel que le solicitara ayuda, una huella del sabor de la victoria a costa del lo que fuera, sin que ninguno imaginara el pago por negocio tan justo ante el
egoísmo y la vanidad de los solicitantes, pero al mismo tiempo tan alevoso y ruin.
Caminó por el mundo practicando la injusticia, la inmundicia y el desamor, y entre más andaba, reunía seguidores con dos caras una para él y otra para quien lo había desterrado.
Les enseñó a reír a carcajadas a costa del dolor ajeno, a amar a quien quizá no le pertenecía, tomar lo que nunca sería suyo y desear el poder como él lo había deseado tanto.
La omnipresencia de Dios lo vigilaba constantemente, le observaba la estela negra que dejaba a su paso.
Con sus manos divinas le tocó el corazón de piedra sin que el ángel supiera, intentaba sanarlo pero fallaba siempre, sintió que se había desprendido del origen.
Como dos extraños quizo Dios preguntarle si aún no estaba satisfecho con su venganza.
El ángel del mil nombres, hueco y oscuro, más oscuro que la ignorancia, que el poder y todos los pecados juntos le dijo:
Dije que sería como tú y he caminado buscando la imagen y semejanza de mi belleza extraña, la que tú me diste sin medida, ellos admiran lo que les doy porque es con lo que sienten alegría y felicidad, ahora todos se parecen a mi.
Entonces Dios lo miró con un sentimiento confundido entre tristeza y coraje, y le respondió: aunque vivan y gocen de las delicias que les ofreces, en su interior conocen la magnificencia de lo que fue su origen. Llenarlos los vacía, vaciarlos los acerca a mi.
El ángel rió con furia y desdén y le dió la espalda a Dios, y en su camino recordó el dolor que sintió en el impacto de su caída, retomó su forma y se arrastró por los áridos suelos.