
En muchas ocasiones la dinámica cotidiana nos aleja del mundo espiritual, que va mucho más allá del entendimiento religioso. Recientemente, pude visitar un temazcal en Canoa y ser testigo de la conformación de una comunidad poderosa: valores, tradiciones y cultura les dotan de una identidad sólida capaz de resistir al avance de la posmodernidad. La concepción del hoy varía de lugar a lugar, pero en Canoa me encontré con personas capaces de sostener diálogos más allá de lo inmediato: ahí recordé la importancia de trascender para crecer.
Los valores espirituales, que tienen que ver con la capacidad de poner nuestras emociones y pensamientos en sintonía con el flujo energético, nos permiten dimensionar correctamente nuestros actos y sus consecuencias; también nos dan la oportunidad de entender el término comunidad como algo mucho más grande que el simple encuentro fortuito de personas en un lugar determinado, sino como un espacio compartido para promover la virtud y la felicidad. Frente a nosotros, hay mil y una historias de las que tenemos que aprender.
El primer paso es romper las barreras: atreverse a ser parte de ceremonias capaces de conectar al yo externo con el yo interno. Lo demás sucede de forma natural. Tal vez este paso sea el necesario para que las verdaderas prioridades sean las que imperen en Puebla; tal vez quienes toman decisiones necesiten, más que nunca, entender la importancia de promover la felicidad pública.
Son tiempos de transformación: el aislamiento nos obliga a repensar. Es buen momento para recordar que somos más que materia.
